Por J Omar Tejeiro
No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. Lucas 6:27- 49.
Es fácil y muy tentador, mirar solamente hacia fuera, hacia los demás. Hacia aquellos que también viven mirando hacia nosotros y que no saben que nosotros los estamos viendo, mientras ellos también nos observan. Y qué triste que estamos buscando en las personas siempre, siempre, sus defectos y nunca sus virtudes para aprender de ellos y acercarnos al sitio de su lado bueno. Hemos aprendido a ser jueces crueles de nuestros hermanos y seres amados, excusados en las verdades de unas leyes que no guardamos y en las cuales nos amparamos como fariseos, para calmar la voz de nuestras propias conciencias. Nos hemos hecho críticos y criticones, de tal manera que sin quererlo, hemos caído muchas veces en las murmuraciones, en las detracciones, en los chismes y hasta en las calumnias.
La mayoría de las veces somos ligeros para juzgar y condenar y muy tardos para perdonar olvidándonos, que con la misma medida con que medimos, nos volverán a medir. ¿Qué capacidad de juicio tiene un ciego? ¿Cómo puede un ciego decirle a otro ciego donde caminar? ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Cuando Jesús escribió esto sencillamente quiso decirnos que si nos hacemos jueces en realidad terminaremos ciegos y añadió que tanto el que juzga, como el juzgado... ¿No caerán ambos en el hoyo?
Cada vez que nos hacemos maestros, a nosotros mismos, nos sentiremos con una falsa autoridad, para juzgar, a los demás, porque consideramos que ya somos maestros, cuando en realidad ni discípulos del Señor somos, pues tenemos un solo Maestro y un solo Señor y el discípulo no es superior a su maestro, más todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro. Mirar la paja en el ojo ajeno, puede volvernos ciegos, e impedirnos ver hacia adentro de nosotros mismos... peor que todo esto es terminar convertidos en Caínes modernos, hombres de garrote, seres asesinos que también tomamos piedras y palos en contra de nuestros propios hermanos y decidimos que ellos tienen que morir, pues nuestro criterio carnal y nuestra ceguera espiritual no ve otra alternativa. Abel debe morir.
Es triste cuando la ceguera cubre los ojos, por que perdemos el sentido de la orientación y porque la luz se torna en tinieblas y el amor se vuelve odio. Y el perdón es reemplazado por la condenación y la absolución cambiada por la muerte. Con dolor les digo que viví mucho tiempo oyendo que el amor es debilidad y lo que en realidad siempre vi fue un autoritarismo degenerado en crueldad. Pablo dijo que el amaba a la iglesia y la trataba como una nodriza tierna trata al bebé que protege y cuida. Jesús mantuvo una relación de amor y amistad muy intima con sus discípulos, a quienes les llamaba usando en confianza, sobrenombres. Se dice que Juan se recostaba en ocasiones sobre el pecho de Jesús. Leemos que Jesús permitió que una mujer de mala reputación llorara a sus pies y los besara y enjugara con sus cabellos. Hallamos también al Señor sanando a Malco, poniéndole la oreja en su lugar, después que el hermano Pedro, un ministro de Dios, se la había quitado de un tajo, defendiendo carnalmente a su Maestro.
Juan, el discípulo amado escribió cosas que los corazones crueles y homicidas no quieren oír: El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. Y en esto se manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
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