lunes, 30 de agosto de 2010

La Indiferencia

Por J Omar Tejeiro

Entonces también ellos le responderán diciendo: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos?" Entonces les responderá diciendo: "De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis". Mateo 25:44-45


La indiferencia es el pecado de no hacer nada, es la negación de vivir el evangelio que aparentamos. No hace mucho que una familia entera pereció en un incendio en su propia casa. No fueron consumidos por las llamas, sino sofocados por el humo. No se vio llama alguna, ni ninguna otra señal alarmante podía observarse desde la calle; sin embargo, la muerte hizo presa de todos ellos, tan ciertamente como si hubieran sido convertidos en cenizas. Así es de fatal el pecado en sus consecuencias; pocos son destruidos por sus manifiestas y repugnantes llamas infernales, pero hay multitudes que perecen sofocadas por el humo de la indiferencia y por el adormecimiento espiritual.


En Colombia durante el gobierno del presidente Alvaro Uribe, el gobierno lanzó continuas campañas para atacar la indiferencia de los colombianos hacia el crimen y la delincuencia, el resultado fue que bajó casi en su totalidad el secuestro, los atentados terroristas y por primera vez en más de cincuenta años, los colombianos nos sentimos seguros y protegidos. La indiferencia es un pecado del alma y un error básico de la mente y conduce a la insensibilidad, la anestesia afectiva, la frialdad emocional y el insano despego por los demás. La indiferencia, es una actitud de insensibilidad y puede, intensificada, conducir al estancamiento espiritual y crecimiento del cristiano. La indiferencia endurece psicológicamente, impide la identificación con el sufrimiento ajeno, frustra las potencialidades de afecto y compasión, acoraza al individuo, e invita al aislacionismo interior, por mucho que la persona en lo exterior resulte muy sociable o incluso simpática. Hay buen número de personas que impregnan sus relaciones de empatía y encanto, pero son totalmente indiferentes en sus sentimientos hacia los demás, carecen de amor y solidaridad hacia las otras personas.

La indiferencia es a menudo una actitud auto-defensiva, que atrinchera el yo de la persona por miedo a ser menospreciado, desconsiderado, herido, puesto en tela de juicio o ignorado. Unas veces la indiferencia va asociada a una actitud de prepotencia o arrogancia, pero muchas otras es de modestia y humildad. Esta indiferencia puede orientarse hacia las situaciones de cualquier tipo, las personas o incluso uno mismo y puede conducir al cinismo. Hay quienes sólo son indiferentes en la apariencia y se sirven de esa máscara para ocultar, precisamente, su vulnerabilidad, otros han incorporado esa actitud a su personalidad y la han asumido de tal modo que frustra sus sentimientos de identificación con los demás y los torna insensibles y fríos, ajenos a las necesidades de sus semejantes. También el que se obsesiona demasiado por su ego, sobre todo el ególatra, se torna indiferente a lo demás.

Unas veces la indiferencia sirve como «escudo» psíquico, pero en otras la persona tiene muchas dificultades en la relación humana, aunque también, a la inversa, podría decirse que al tener muchas dificultades en la relación humana opta por la indiferencia, lo que irá en grave detrimento de su desarrollo espiritual, ya que para crecer y que nuestras potencialidades fluyan armónica y naturalmente se requiere sensibilidad, que es esencial para el aprendizaje vital y el buen desenvolvimiento de nuestras potencialidades más elevadas, si bien nunca hay que confundir la sensibilidad con la sensiblería, la pusilanimidad o la susceptibilidad. Muchas veces la indiferencia sólo es una máscara tras la cual se oculta una persona muy sensible pero que se auto defiende por miedo al dolor o porque no ha visto satisfecha su necesidad de cariño o por muchas causas que la inducen, sea consciente o inconscientemente, a recurrir a esa autodefensa, como otras personas recurren a la de la auto idealización o el perfeccionismo.

Esta autodefensa que es la indiferencia se manifiesta ya en la adolescencia, en muchos niños que recurrieron a la misma para su supervivencia psíquica, fuera por unas insanas relaciones con las figuras parentales o por su exceso de vulnerabilidad en la escuela y en el trato con sus compañeros o por otras muchas causas a veces no fáciles de hallar.

Los cristianos indiferentes tienen muchas excusas para serlo. Algunos alegan que intentaron hacer lo correcto pero encontraron oposición en la misma iglesia y en sus líderes, por eso se dedicaron a sobrevivir en el evangelio. Otros fueron víctimas del abuso de otros cristianos y líderes que usaron y abusaron de su sensibilidad y los lesionaron, ellos optaron por no apartarse del evangelio pero quedaron resentidos escondidos en la coraza de la indiferencia. William Shakespeare dijo: El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia; esto es la esencia de la humanidad. Cualquiera que sea la excusa o la razón la indiferencia es un pecado de omisión que puede conducir a muchos, a la condenación eterna. Mateo 25:31-46

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