Yo quise amar, a Jesús, muy diferente:
sin cruz, sin corona de espinas;
sin clavos, sin vinagre, sin heridas.
Sin renunciar a nada, ni a la gente.
Su poder pretendí que en mí fluyera,
y su gloria, necio, quise poseerla.
La metrópolis busqué, pero a la selva
me envió Jesús a que aprendiera.
Fueron años de cielo gris y pan obscuro
y las primicias de mi amor sacrifiqué.
Comprendí que para Dios, lo más puro
Un alto precio tiene, de sangre y deber.
Entendí que edificar con altos muros,
consiste en llorar, gemir y obedecer.
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